Recapitulando entonces, estaba pensando en los hombres más importantes de mi vida (me siento un poco culpable por no escribir primero sobre las mujeres de mi vida, pero son TANTAS, que necesito como veinte posts para no dejar a las principales afuera... Así que mejor empiezo por los hombres). Estaba pensando en Papá, en Esteban, en mi tío Julio y en Feliloqui. Si les parece bien, les cuento por qué son tan especiales estos señores y señorito. Hoy empiezo por Papá.
Papá es medio famoso. Cuando estás en Uruguay y sos la hija te da la sensación de que es más famoso que el Papa Francisco (Papá seguramente preferiría que lo comparara con un Beatle, pero la pobreza de cabellera imposibilita el uso de dicho símil). Papá es de esos padres que hace cualquier cosa por ayudar a sus hijos, hasta tal punto que a veces se excede un poquitín, pero está bien, porque gracias a eso jamás dudé de su amor por nosotros.
Pero ojo, no todo es color de rosas; a veces Papá te puede causar algún que otro dolor de cabeza. Es una de las pocas personas con quien puedo discutir (en términos civilizados, por supuesto) durante horas sin que lleguemos a un acuerdo, porque cada uno está empecinado en no dar el brazo a torcer (aunque estoy segura de que yo siempre estoy dispuesta a torcerlo un poco más que él... ponele). La mayoría de estas discusiones suelen terminar cuando uno de los dos se cansa de seguir dándole vueltas a la misma pavada; y, en lo que a mí respecta, suelo terminar acercándome a Mamá para decirle medio bajito, cosa que Papá no escuche: "Decime si no tengo razón, Má". A pesar de nuestras diferencias, que son menos que nuestras similitudes, por bendición, Papá es una de las poquísimas personas en quienes confío (casi) ciegamente al momento de pedirles consejo.
Me acuerdo que, cuando éramos chiquitos, muchas noches venía a nuestra habitación, se sentaba en una de las camas, y nos contaba cuentos: cuentos que inventaba él en el momento, con personajes famosos como el Pájaro Loco, que, como no podía ser de otra manera, viajaban al espacio. Todavía tengo las imágenes de esos cuentos ("Las aventuras de Piquín y Cocol") grabadas. También, como buen dibujante que es, nos hacía juegos con dibujos. Mi preferido era ese en el que doblaba una hoja en varias partes y a cada uno le tocaba dibujar una parte del cuerpo de la persona que estábamos inventando; cada uno dibujaba la parte que le tocaba sin que viera el otro. Cuando terminábamos, nuestro dibujo era una mezcla de princesa hermosa con vikingo de piernas peludas.
Desde chiquitos nos obligó a escuchar buena música, pero cuando crecimos no tuvo problema en aceptar la música que nos gustaba a nosotros. Cuando Johanna Del Güercio (una de mis mejores amigas de la adolescencia) cumplió 15 años y tuvo la fiesta correspondiente, muchos amigos de nuestro barrio (Buceo) se reían porque Papá se sabía la letra de todas las canciones de los Backstreet Boys y no tenía problema en bailarlas y cantarlas.
Tenerlo cerca me daba seguridad y extraño eso. Extraño no tenerlo cerca para pedirle una bendición del sacerdocio, para pedirle un abrazo, para hacerle preguntas sobre las Escrituras, para pedirle consejos en el momento exacto en que los necesito o para que me salve las papas cuando me mando algún moco. Extraño verlo lavar el mate a los dos segundos que lo empezó porque le encanta echar el agua como si estuviera regando las plantas. Extraño escucharlo decir que él tiene mucha experiencia en la cocina porque de chico siempre le batía la mayonesa a Yaya Gina (su madre, mi abuela). Extraño escuchar sus reclamos de que nunca le contamos nada, que sólo se lo contamos a Mamá y que está bien porque Mamá fue la que estuvo más tiempo con nosotros (la realidad es que él tiene tal poder de conventración, que se pierde en su mundo interior y después se olvida de que estaba presente cuando contamos todo lo que supuestamente no le contamos). Extraño escuchar su "Necesito ser Jorge por un rato", cuando necesita un descanso del estrés.
A pesar de la distancia y su agenda ocupada, siempre se las arregla para que lo extrañe un poco menos con mensajes de texto, e-mails o FaceTime. Gracias, Pá, por tu amor, por tu ejemplo y por las horas de desvelo, las oraciones y los ayunos que nos has dedicado. Te quiero más de lo que puedo expresar.
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Siempre dudo en compartir cosas como estas, porque sé que no todos tenemos las mismas bendiciones y a veces nos duele ver en otros las bendiciones que anhelamos, pero aparentemente no tenemos. Decidí compartir esto porque sé que el Padre Celestial siempre se encarga de compensarnos por las cosas que nos faltan y pone a personas que ocupan los lugares que sentimos que están vacíos. Es cuestión de prestar atención y confiar en Él.
Me despido sin más, pero estén atentos que la próxima sigo con otro de los hombres de mi vida: Esteban, el hermano al que adoro, a pesar de que sólo la gracia divina me salvó de los graves traumas que podrían haberme causado las cosas que me decía cuando era chica.