lunes, 7 de septiembre de 2015

Hoy voy a cantarle un poquito a Gardel

El miércoles de la semana pasada empecé el día tempranito, como de costumbre. Como a pesar de la costumbre no me acostumbro, la primera media hora de vigilia siempre resulta un poco dolorosa. Suena el despertador y odio mi vida durante los primeros tres minutos. Si pasados los tres minutos junto la fuerza necesaria para salir de la cama, durante los siguientes cinco odio mi vida un poco menos. Sin embargo, la profunda congoja que me estruja el pecho no me abandona. En general, me ducho a la mañana y para cuando salgo de la ducha el agua me enjuagó un 70% de la tristeza y la autocompasión que me caracteriza antes de que salga el sol. Unos 30 minutos después de haber abandonado mi “reposáculo”, ya estoy en la cocina terminando de preparar el mate que me voy a llevar a mi escritorio para empezar el día oficialmente. El mate generalmente enjuga las lágrimas que mi corazón todavía derramaba 30 minutos después de haberme levantado.

Esa primera media hora es difícil, pero cada día sobrevivo a ella y puedo decir que en general me repongo completamente para las 6:30 de la mañana. Sin embargo la semana pasada descubrí que eso no era del todo correcto: me di cuenta de que mi corazón, motivado por el ambiente lóbrego indicado, sigue llorando por lo menos hasta las 7:30 de la mañana.

He aquí la prueba.

El miércoles pasado tempranito, tras sentarme en mi escritorio, me puse a buscar una noticia y una canción para compartir con mis clases esa mañana (siempre empezamos las clases de español  con OCA [Oración Canción Acontecimiento actual]… Como estamos en una universidad NO laica, podemos empezar las clases con una oración). En general OCA está a cargo de los alumnos, pero durante la primera semana hago varias OCAs yo para que sepan qué espero que hagan ellos después. La cuestión es que cuando abrí YouTube para buscar una canción (del mundo hispanohablante, por supuesto), mientras claramente me cubría un halo de melancolía, esto es lo que escribí en el buscador: “Carlos Gardel”. Ponele.
Nunca sentí ningún tipo de afinidad por la música del arrabal. De chica, disfrutaba de los Beatles que ponía papá en el auto y sufría con Mercedes Sosa cuando era el turno de mamá. De adolescente me gustaban los Backstreet Boys. A los veinte conocí a Norah Jones y el jazz-pop-soul es lo que más me gusta. O sea, tango ni ahí.

Debo aclarar que la historia y la evolución del tango son cuestiones sobre las que me gusta leer, y en ese contexto me gusta escuchar alguna que otra canción, empezando por Gardel, siguiendo por Tita Merello, Astor Piazzola y terminando por Bajo Fondo. O sea, contextualizado, me gusta. Pensando en la historia, en lo que implicaba para la cultura rioplatense y desde un punto de vista literario, me encanta. Ahora, a las 6:30 de la mañana, cuando estoy tratando de encontrar razones para vivir y mantenerme despierta y agradecida por la vida, el tango no es lo primero que me viene a la mente.

Pero la semana pasada pasó algo. La semana pasada mi espíritu envejeció y mis dedos tipearon “Carlos Gardel” sin mi permiso. Uno de los primeros videítos que apareció fue uno que he visto varias veces e incluso lo he usado en una clase en la que me tocó hablar del tango. Este videíto. 

El día que me quieras. Hermosa canción, hermosa poesía.  El miércoles pasado, cuando todavía no había amanecido, la música y la voz del que cada día canta mejor empezó a acariciar mi sueño con su suave murmullo; por un momento me olvidé de mi herida, porque con una canción así “todo, todo se olvida”. Decir que estaba metida en la canción, es poco; básicamente la canción y yo éramos una, hasta tal punto que “un rayo misterioso” me alcanzó y cuando me quise acordar estaba llorando. Lágrimas. Llorando lágrimas. Si Tata Jaime (mi abuelo materno) me hubiera visto llorar por un tango, hubiera llorado conmigo. Cuando mamá se entere de mi experiencia, seguro va a estar dispuesta a dejarme toda (¿?) la herencia a mí solita. Papá no sé si se conmoverá mucho.

El miércoles pasado entendí qué quiso decir Discépolo cuando dijo que “el tango es un sentimiento triste que se baila”. Finalmente me sentí identificada con esa parte de mis raíces, y me gustó, y me conmovió.

Ya sea que mis lágrimas hayan sido producto de la comunión con el pasado de mis antepasados o simplemente el resultado de la nostalgia por verme obligada a abandonar el mundo de los sueños y el reposo, siento que percibo un poco mejor la belleza de la poesía que se cantaba por medio del tango. Sin duda respeto muchísimo más al Zorzal Criollo.

Como dice la canción:

“El mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis y en el dos mil también”. Pero qué maravilla que no todo sea tan malo ni tan feo. Qué genialidad seguir encontrando placer en el arte, del tipo que sea. Qué bendición tener acceso a tecnología que nos acerca a épocas pasadas y nos permite participar de la belleza de otros tiempos. Porque “si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación, o digno de alabanza, a eso aspiro. 

martes, 4 de agosto de 2015

Lo que creo

A fines de junio compartí 27 horas de corrido con dos queridos amigos, Rubén y Tere (que rima con Bere, gran parte de la razón por la cual somos amigas). Durante esas 27 horas hubo muy pocos momentos de silencio, hazaña de la que no cualquiera puede hacer alarde. Como se imaginarán, en 27 horas entran todo tipo de conversaciones sobre innumerable cantidad de temas, los cuales pueden ser tratados con una interesante variedad de profundidad.

¿Alguna vez grabaron un video con el celular y quisieron mandarlo a un hermano/hermana/amigo/amiga/almacenero/almacenera y les apareció un cartelito que decía que el video era demasiado largo para mandarlo y que tenían que seleccionar sólo una parte de él? Cada vez que me pasa (que no es muy seguido igual), me frustra, porque a mí me gusta compartir todo, y si no puedo compartir todo, entonces mejor no comparto nada. De todos modos, siempre encuentro la manera de hacer la frustración a un lado y decidir qué parte me parece la más memorable y digna de compartir. Nuestra larga charla es como uno de esos videos que querés compartir enteros pero no se puede. Lo bueno es que en este caso no me frustra demasiado el no poder compartir todo, porque más allá de que le resultaría tedioso al bondadoso lector, esta vez sí me resulta fácil elegir mi parte preferida. Las últimas tres horas del viaje, las que pasamos viendo el amanecer y recibiendo un nuevo día, fueron definitivamente las mejores.

Hace varias semanas hubo mucho revuelo en el país y en las redes sociales por la 
decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Durante las últimas tres horas del viaje, este fue uno de los temas que tocamos. Desde hace tiempo vengo pensando en cómo explicar las cosas en las que creo sin ofender ni lastimar a las personas que tienen ideas diferentes, y si bien Rubén y Tere comparten mi sistema de valores, charlar con ellos sobre esto me ayudó a poner mis ideas y mi razonamiento en orden.

Antes que nada, considero sagrado el derecho que cada ser humano tiene a hacer uso de su albedrío. Todos somos libres de escoger qué hacer, qué decir y qué creer. Y esto lo digo tanto por mí, por el derecho que tengo a que se respeten mis creencias (aunque estas no sean muy populares), como por cada persona que cree y opina diferente de mí.

Habiendo dicho eso, estas son algunas de las cosas en las que creo y la razón por la que las creo:

Dios existe y yo soy una de sus hijas. Mi vida no comenzó al nacer en esta tierra y no va a terminar cuando muera. Esta vida es solo parte de mi existencia eterna (sin principio ni fin). Como hija de Dios, Lo respeto, Lo amo y tengo la firme convicción de que quiere lo mejor para mí, lo cual no se limita a lo mejor durante esta vida terrenal, sino lo mejor para siempre. A veces no entiendo por qué tengo que pasar por ciertas cosas durante esta vida, pero no dudo que, aunque algunas experiencias no me traigan felicidad ni satisfacción en el momento, a la larga me fortalecen, me ayudan a aprender, a entender mejor el propósito de mi vida, porque sé que mi vida, como la de cada persona, tiene un propósito.

¿Por qué creo en Dios? Porque me resulta imposible creer que no haya nada más grande que el hombre tal como lo conocemos; porque en mi mente no cabe el “porque sí” como una respuesta válida a por qué existo, porque el cuerpo humano es demasiado complejo y maravilloso como para no haber tenido un Creador con características divinas, y además no puedo concebir la inexistencia.

¿Por qué amo a Dios? Porque no puedo no amar a mi Padre. Porque, aunque no lo he vuelto a ver desde que nací de mi madre Lilián, Lo conozco (no tanto como quisiera, pero en eso estoy), porque a lo largo de mi vida he cultivado una relación con Él al darle un lugar en mi vida a diario. Sé que conoce mis deseos, mis sentimientos, mis miedos y mis pensamientos; sin embargo, también sé que si yo decido ignorarlo, Él no se mete en mi vida. Pero en general trato de no ignorarlo, sino que me esfuerzo por comunicarme con Él, en mi mente y mi corazón; me esfuerzo por darle a conocer todo lo que deseo, lo que siento, lo que temo y lo que pienso. Y sé que Él me escucha. Me escucha porque me ama, porque, como cualquier padre, quiere formar parte de mi vida, porque le intereso.

Para mí esta vida tiene sentido porque creo en Dios. Y creer en Dios, creer en que hay algo más grande que yo, más grande que cualquier persona en esta tierra, más grande que este mundo en el que vivimos, es lo único que me da tranquilidad, y es esa tranquilidad la que me permite sentir felicidad y paz.

Como tengo la firme convicción de que Dios existe y ama a todos Sus hijos (cada persona que ha vivido, que vive y que vivirá en esta tierra), sé que jamás nos dejaría solos, sin una guía clara para nuestra vida. Esa guía podemos recibirla personalmente, sin intermediarios, cuando se trata de cuestiones que solo me afectan a mí. Cuando se trata de cosas que no son únicamente particulares a mí, sino a todas las personas, los Profetas y Apóstoles están autorizados a hablar en nombre de Dios para toda la humanidad. Confío plenamente en lo que ellos dicen, incluso cuando mi mente finita no comprende todas las cosas de valor eterno, valor que trasciende esta vida. ¿Por qué confío plenamente en ellos? Porque muchísimas veces he sentido la confirmación en mi corazón de que hablan en nombre de Dios. Y una vez que recibo esas confirmaciones, no las pongo en duda. 

Sé que no todos sentimos de la misma manera ni entendemos la vida de la misma forma, y lo respeto. Uno de los principios que aprendí desde muy chica es que TODOS tenemos la libertad de elegir cómo vivir, qué hacer, en qué creer y en qué no creer. Por esto mismo, jamás intento imponer mi opinión ni mis creencias en otras personas. Respeto la opinión de los demás porque todos tenemos el derecho a pensar y formar nuestras opiniones como mejor nos parezca. No condeno las ideas de nadie que piense diferente a mí, y por eso considero que merezco el mismo respeto y libertad al momento de decidir en qué creer y cómo conducirme en la vida. 

Algunas de las cosas en las que creo incluyen esto: 

"Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación han de emplearse sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados como esposo y esposa.
"Declaramos que los medios por los cuales se crea la vida mortal son divinamente establecidos. Afirmamos la santidad de la vida y su importancia en el plan eterno de Dios. ...
"La familia es ordenada por Dios. El matrimonio entre el hombre y la mujer es esencial para Su plan eterno. Los hijos merecen nacer dentro de los lazos del matrimonio y ser criados por un padre y una madre que honran sus votos matrimoniales con completa fidelidad. La felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes". (La familia: Una proclamación para el mundo, 1995.)

Estas cosas, como tantas otras, se entienden mejor si no se las saca del "gran todo" del que forman parte. Estas verdades están atadas a otras verdades más grandes, algunas de las cuales mencioné más arriba. 

Sea como sea, repito: esto es lo que yo creo. Entiendo que no todos pensamos ni creemos de la misma manera, pero eso no quita que podamos seguir queriéndonos y aceptándonos igual.


Ahora sí, doy fin a mis palabras y me voy.



domingo, 8 de febrero de 2015

Lo que no se escribe, se olvida

Lo que no se escribe, se olvida. Lo que se olvida, no se recuerda. Lo que no se recuerda deja de ser parte de nosotros. Lo que deja de ser parte de nosotros, deja de pertenecernos y deja de definirnos.

Cuando no escribo para registrar lo que pasa en mi vida, sé que pierdo partecitas de Berenice: mis recuerdos. Y no me gusta perderme. Me caigo relativamente bien y como, para el caso, voy a seguir siendo yo por el resto de la eternidad, mejor que sepa quién soy, mejor que registre lo que me pasa para que recuerde quién soy y cómo llegué ahí.

A veces me gustaría ser un poquito más como Funes, que no tenía la capacidad de olvidarse de nada, pero eso se me pasa bastante rápido, apenas recuerdo que olvidar muchas veces es una bendición. Muchas personas se emborrachan para olvidar, yo no escribo para olvidar. Algunas veces se me va la mano y no escribo sin darme cuenta, y sin darme cuenta me olvido. Y en general hay mucha cosa buena y linda que recordar.

Hoy me acordé,
y entonces escribí.