domingo, 11 de agosto de 2013

Llegué

Sí, sí, llegué. El jueves a la tarde, sana y salva. Fue un buen viaje, a pesar de mi característica imposibilidad de dormir en medios de transporte. El tramo más largo lo hice junto a un gentil caballero que se ofreció a ayudarme con mi valija-biblioteca ---que casi me deja sin espalda--- y que no me dio charla durante el viaje, cuestión indispensable para que mi viaje sea disfrutable. El segundo tramo hubiera pasado sin pena ni gloria de no haber sido que estuvimos a punto de morir estrellados porque el nabo del piloto quiso aterrizar sin tener permiso para hacerlo y tuvo que volver a remontar vuelo para la intranquilidad de sus pasajeros. Y finalmente, el último tramo fue un precioso viaje tranquilo en el fitito de los aviones; era algo así como un Plaza o Costera con alas.

Dos cosas hicieron el viaje más ameno. 1) La lectura de Divergent, regalo de Michelle para mi cumpleaños (que todavía no fue) y 2) la experiencia en migraciones. Fue sumamente placentera, cosa que me dejó perpleja debido a mis funestas experiencias pasadas. El cordial agente ante quien presenté mis papeles no sólo me sonrió ---el año pasado la mujer que me atendió poco más que me escupió---, sino que además he called me "young lady", me deseó buena suerte en los estudios y me dio un par de consejos. Para mí que era un ángel. Posta.



Una vez que hube pisado suelo salt-lake-citycense, me recibió mi abuela postiza, Raquel. Todos deberían tener una abuela-postiza-Raquel. Seis años atrás, durante épocas difíciles, dedicó horas y horas a contestar mis e-mails; sus palabras no se limitaban a ser inspiradoras, sino que eran inspiradas; me sirvieron de consuelo y me dieron esperanza. Desde ese entonces, se ha convertido en una abuela y amiga que me hace sentir más cerca de casa aunque esté a miles de kilómetros.








Hoy fue un precioso domingo, de principio a fin. Leí tranquila durante la mañana y volví a sentir la confirmación inconfundible de que el libro que leía es un libro inspirado, escrito por profetas de Dios. Es muy genial que el Padre se comunique con nosotros, hablándonos a la mente y al corazón. Ojalá todas las personas tuvieran la fe para darse cuenta de que Él nos escucha y nos contesta. De 11 a 14 fui a la capilla, me saqué las ganas de cantar y hasta participé en la clase de Escuela Dominical: cuando el maestro preguntó cuántas veces se le apareció Moroni a José en la misma noche dije "Three".






La tarde estuvo llena de charla, "barbecue" (nuestro asado), calorcito y descubrimientos. Yo ya sabía que mi talento era sin par; sin embargo, esta tarde, lavando lechuga y admirando los tomatitos cherry caseros de la huerta de Raquel, me di cuenta de que el aire montañés claramente le hace bien a mis pulmones y está potenciando mi don natural para el silbido. Es así que esta noche de domingo que está a punto de terminar me despido de ustedes y los dejo con un silbido dominical inspirado en el número musical que formó parte de la reunión sacramental de hoy: un arreglo para piano y viola de "Secreta oración".



Herriman al atardecer.

miércoles, 7 de agosto de 2013

La partida por partes

A mí no me gusta lo convencional y me fascina tener historias copadas para contar, así que no me quedó otra que pedir que cancelaran el vuelo de anoche y que me pusieran en el vuelo de hoy miércoles 7 de agosto. Igualmente, para hacerla del todo bien, primero hice el “online check-in”, me conseguí un buen lugar, despaché mis bultos, pasé por migraciones para que me sellaran el pasaporte y en la cola me encontré con Roberto Giordano (el de “No me peguen, tengo un grano”), subí a la avioneta y me senté al lado de Eduardo Strauch (sobreviviente de la tragedia de los Andes), salimos a dar una vuelta de 360 grados en aeroplano y volvimos a la Puerta, donde volvieron a conectar la manga y nos tuvieron dos horas y media esperando que se solucionara un problemita mecánico; finalmente desabordamos el avión y deshicimos todo lo hecho. Me sentí como Chris Martin en el video de “The scientist”. Sea como sea, agradezco al responsable piloto que decidió no sacarnos a volar mientras la aeronave no funcionara a la perfección. Como comentábamos con Edu, es mejor que te cancelen un vuelo antes que estrellarte y quedarte varado en medio de los Andes.

A todo esto, mucha cosa buena se desprendió de mi paseíto de anoche, a saber:


  • Mis oraciones fueron contestadas y no viajé en un avión que corría peligro de realizar un descenso con la nariz apuntando al piso.
  • Eduardo Strauch, sin conocerme previamente, se unió a la gente querida que me concedió mi deseo de cumpleaños. A algunos familiares les pedí que para mi cumpleaños (que festejé por adelantado) me regalaran un libro. Mi compañero de asiento me regaló un ejemplar de su libro Desde el silencio: Cuarenta años después, que publicó en diciembre de 2012. ¿Qué me contuchi? 
  • Dormí horizontalmente y disfruté algunas horas más con mi familia. 
  • Fui una última vez al Templo de Montevideo antes de volver a emprender la retirada.
En conclusión, valió la pena la partida por partes.


martes, 6 de agosto de 2013

Llegó el día

Llegó el día de mi partida hacia nuevos rumbos y tengo la impresión de que corresponde terminar con un “postcito” que luego dé lugar a una producción más prolífera, prominente y profesional (porque prometo publicar más proactivamente en el futuro próximo).

Hace unos días Vero (mi cuñada) trajo a colación un momento bisagra en la historia de la humanidad (creo). Hoy es uno de esos momentos en la historia de esta humana. Ya he tenido varias de esas ocasiones, pero, como nos pasa a todos, muchas de esas ocasiones las reconocí cuando fue pasando el tiempo. Este 6 de agosto es especial porque es producto de mi volición, porque es algo que elegí conscientemente, tras mucho ayuno (pero más desayuno) y oración.

Me gustaría seguir escribiendo más, pero lo dejo para más adelante. Hoy sólo quería escribir algo que haga las veces de fin de capítulo para empezar el nuevo con más propiedad.

Me despido ahora, pero no por mucho tiempo. Para que se entretengan, los dejo con algunas de las fotos más feas que hemos sacado en los últimos tiempos. Sí. No dije mal. Las más feas, porque de las más lindas vemos todo el tiempo.


miércoles, 8 de mayo de 2013

La levedad del ser... o no ser... depende o.O




Una vez más, inspirada por escritos de la infancia, aquí me pongo a escribir, al compás de mis ideas. Acabo de leer una entrada del 19 de febrero de 1993, cuando tenía ya nueve años y medio. Al parecer, al encontrarme en la mitad exacta de mi trayecto entre los nueve y los diez años, no sabía bien dónde ubicarme: ¿más cerca de los nueve o más cerca de los diez? El día que incluya un índice alfabético al final de este diario con los temas que traté a lo largo de él, sin duda voy a incluir la palabra indecisión (speaking of paradojas) y la entrada de aquel 19 de febrero va a aparecer ahí.




Para ir entrando en tema, y a modo de justificación de ese día poco asertivo de mi vida, todos pasamos por días o épocas de dudas, días en que no logramos “make up our minds” para tomar decisiones definitivas.

Recuerdo que 2010 (creo) fue un año particularmente dubitativo durante varios meses. ¡Qué manera de sufrir, madre santa! Me acuerdo que pasé un tiempo considerable debatiéndome entre los diferentes destinos que podía darle a mis ahorros. A mis casi veintisiete o veintisiete recién cumplidos, había muchas cosas de mi futuro que eran totalmente inciertas, y eso me estresaba. En general siempre necesito hacer planes, aunque después no los lleve todos a cabo; si no los tengo, siento que voy donde me lleve el viento y que la vida pasa en vano. Los planes me ayudan a sentir seguridad y le dan propósito a mis días. La cuestión es que aquellos meses me faltaba esa seguridad, básicamente porque no sabía para qué lado agarrar.

Saber qué hacer con mis ahorros me parecía crucial en ese momento para seguir avanzando en la vida. Pensaba, meditaba, sopesaba mis opciones, imaginaba lo mejor y después me acordaba que lo peor también podía suceder. Algo así como: Sigo viajando. Pero ¿y si me quedo sola por el resto de las eternidades y tengo que bancar todos los gastos de una casa yo sola for ever and ever? Mejor empiezo a invertir en una vivienda. Voy a tener que renunciar a los viajes por un tiempo, porque por más genial que sea la relación con mis padres, todo tiene un límite, quiero vivir sola. Mmmmjjj. No, soy joven todavía. Tengo tiempo. Además empezar a comprar algo en La Plata, me va a atar a este lugar, y no quiero atarme a ningún lado todavía. Pucha. Me compro un auto, viajo por Argentina y otros lugares no muy lejanos, tengo más libertad, ahorro tiempo en algunas ocasiones y además me lo merezco. Pero la verdad es que no es como que realmente lo necesite. Además, si me compro auto, es un gasto importante extra todos los meses, lo cual implica menos viajes grandes, menos posibilidades de invertir en un inmueble, menos libertades en otros sentidos. Bueno, mejor espero y mientras tanto sigo ahorrando...

Y así pasaban mis días. Agotador. Aunque no se trate de problemas ni de asuntos de vida o muerte, a uno le quita energías eso de no saber hacia dónde debería dirigir sus esfuerzos. Lo de los ahorros es sólo un ejemplo.

Lo importante es no dejarse abrumar por la situación, ser felices igual y seguir disfrutando de la vida hasta que vuelvan las épocas de certezas que tanto buscamos y esperamos. Eso es lo que aprendí de esta entrada, colmada de oscuros destellos de certera sabiduría infantil.

Y dice así:

Transcripción sic.:
Hola: 
Hoy no se si decir Hola! u Hola, entonces dije Hola por las dudas. Bueno como dije no es un día: bueno ni tampoco malo. Es un día mitad y mitad, bueno y malo. Como todos los días tuve una pelea con Esteban. En realidad, no se si mamá y papá están enojados con nosotros o no. Pero creo que un poquito si. Igual estoy muy feliz. Por otro lado estoy un poquito no mucho, como les decía triste. Sabes por que? porque porque dentro de 5 meses nos vamos a Uruguay porque terminamos lo Misión Argentina Rosario. 
Bueno te tengo que dejar. 
CHAU


Día complicado aquel 19 de febrero de hace 20 años (whaaat???). Me hace pensar en este poema de Benedetti:




                                                                                               
Viceversa


Tengo miedo de verte 

necesidad de verte 
esperanza de verte 
desazones de verte 

tengo ganas de hallarte 
preocupación de hallarte 
certidumbre de hallarte 
pobres dudas de hallarte 

tengo urgencia de oírte 
alegría de oírte 
buena suerte de oírte 
y temores de oírte 

o sea 
resumiendo 
estoy jodido 
y radiante 
quizá más lo primero 
que lo segundo 
y también 
viceversa.

lunes, 6 de mayo de 2013

La culpa la tiene Andrea Del Boca

Hace ya un par de meses empecé a desayunarme amargamente de que mi cabeza ha dado en ser el esquivo receptáculo de algunos cabellos emblanquecidos. (Repudio el término “canas”.) He estado tratando de encontrar la inexplicable causa de tan funesta realidad, pero todavía no logro dar con ella. Buscando respuestas, se me han ocurrido algunas posibilidades.

Se me ocurre que podría ser culpa de la genética, pero esta posible causa me deja deshauciada. Si la genética está en medio de todo esto, en cinco años me quedo pelada. 


Sigo pensando y no me conformo con que los cabellos platinados se deban a mis escasos 29 años de tránsito por esta vida. 29 es número de ñoquis, número impar, número primo, pero me niego a que sea número sinónimo de canas. No es justo. 


También se me ha cruzado la idea de que quizá esté pasando mucho tiempo en el templo y que, como consecuencia de eso, esté lentamente convirtiéndome en un ser celestial. Esto también me preocupa: no estoy psicológicamente preparada para que el espejo me devuelva la imagen de una Berenice con cabello celestial. Me quedo con mi cabello telestial. Thank you very much. 

Sea como sea, esta preocupación excesiva por el inminente blanqueamiento de mi morocha peluca, me llevó a querer contrarrestar esta realidad con la lectura de mi primer diario personal de la niñez. Por ahí, quién te dice, el pelo está tan cerca del cerebro que capaz que, si revivo los recuerdos de la niñez, el cerebro le manda algún mensaje claro y directo a mi cuero cabelludo, y éste, habiéndose puesto el poncho y habiéndole quedado, deja de producir cabelios faltos de pigmento.





La cuestión es que me puse a leer mi primer diario personal, regalo que recibí para mi octavo cumpleaños. Me lo regaló una misionera: la hermana Graneros, el día de mi cumpleaños, después de mi bautismo. En esa época vivíamos en Rosario (Provincia de Santa Fe, Argentina). A pesar de que cualquiera podría leerlo de tapa a tapa en menos de una hora, este diario es uno de mis recuerdos y registros más preciados. Leyéndolo tantos años después, percibo la sinceridad característica de los niños. Me encanta leerlo porque vuelvo a sentirme de ocho años, porque revivo momentos hermosos, vuelvo a recorrer la vida cotidiana de una personita con poca experiencia, experimento de nuevo tantos sentimientos: algunos muy básicos, otros demasiado rebuscados. 





Leyendo el diario, recordé que, en algún momento entre los siete y los ocho años, adquirí en forma autodidacta la costumbre de mirar novelas... a escondidas. A mi madre no le gustaba que yo mirara novelas, así que no me dejaba hacerlo, pero evidentemente encontraba la manera de prender la tele sin que se diera cuenta. Miré tantas de chiquita que ahora de grande no las soporto mucho, cosa que jamás hubiera imaginado, not even in my wildest dreams, sobre todo por la adoración que me provocaba Andrea Del Boca. Por ATC, miré la retransmisión de Andrea Celeste y me sentí identificada con ella (seguramente haya sido por su larga cabellera rubia y ojos celestes); después también vi Celeste, siempre celeste, Antonella, y vaya uno a saber cuáles otras. La culpa la tenían mis padres, por supuesto. Si ellos hubieran accedido a poner cable, yo me hubiera dedicado a mirar la programación de The Big Channel, como le correspondía a un ser humano de mi edad; pero no, se negaron y con eso me obligaron a mirar “cosas de grandes”.


Asumo que tanta ficción telenovelesca fue especialmente perniciosa para mi tierno espíritu, porque el domingo 2 de febrero de 1991 (a los ocho años y medio) la realidad que me aplastaba me llevó a escribir esto: 

Transcripción sic.: Hoy el día me parecio un poco feo. Porque yo pienso que no soy de la familia y que que me compraron me sacaron de un un un Acilo y que yo soy huerfana. Yo por más que me digan que yo soy de la familia me pongo triste y pienso que mis padres verdaderos no me aseptaron cómo su hija y que me dejaron pero yo pienso que me tengo que olvidar de todo y saber que mis padres verdaderos son los que tengo ahora y los que tuve siempre y yo espero que los mis padres verdaderos sean ellos porque yo los quiero tanto que no se como explicarlo. Bueno si yo sigo esc escribiendo me pongo peri peor porque me di cue cuenta de que ellos son mis padres verdaderos y no puedo explicar cuanto los quiero y los adoro y los admiro. Bere.
Claramente los ocho me habían pegaron con todo. Esta entrada en el diario fue una especie de mezcla entre culebrón de la tarde con el salmo de Nefi: como que al principio estoy a punto de rasgarme las vestiduras, hasta que logro ver la luz y llego al final feliz. 

Sea como sea, aunque no sé si esto de revivir la niñez evitará el avance del enemigo en mi cabellera, por lo pronto voy a seguir probando. Seguramente esta semana estaré compartiendo algún que otro hallazgo de sabiduría pueril. Trataré de que lo que comparta sea menos dramático que el capítulo de hoy. Ya veremos...





lunes, 22 de abril de 2013

Oda a los lunes

Después de una semana bastante acerba (mejor conocida como "semana de miércoles"), agradezco esta nueva semana.

Por lo general, amo los lunes. No quiero hacer demasiado alarde de este amor, porque sé que el 95% de la población terrestre los odia con pasión. En el pasado estuve en sus zapatos, así que los entiendo. Yo también odié los lunes, y el odio que llegué a sentir era tan intenso que impregnaba varias de las últimas horas del domingo. Creo que también tuve épocas en que los lunes me fueron indiferentes y pasaban sin penas ni glorias, y se iban de la misma forma en que habían llegado: inadvertidos. Sea como sea que haya sido en tiempos pretéritos, actualmente me encantan los lunes.

Como no padezco el terrible mal que vilmente acecha a la mayoría de los seres humanos laboral o estudiantilmente activos, los lunes y yo solemos llevarnos muy bien. Reconozco que el no tener que salir de mi casa antes de las 9 de la mañana ayuda sobremanera.

Suelo entender los lunes de dos formas. A veces los interpreto como una maravillosa nueva oportunidad de repetir una semana tan genial como la anterior (ponele). Otras, los veo como una misericordiosa segunda oportunidad para hacer las cosas diferente, probar nuevas estrategias y salvar mi buen nombre de la que en ocasiones es mi peor enemiga: moi.

La semana pasada fue fatídica. Creo haberme dado cuenta de que lo funesto de la semana se debe a que empezó mal antes de siquiera empezar. Algo así como recuerdos del futuro: el sábado de noche supe con desgraciada certeza que el lunes sería difícil de remontar.

Allá estaba yo, el sábado 13 de abril, amaneciendo a las 7:50 de la mañana, sin despertador (soy re top). El sol entraba por la ventana, afuera era un día hermoso y tenía (casi) todo el día por delante. El día anterior (viernes), el carácter fiestero que me ha invadido en estas más recientes épocas de mi vida se apoderó de mí y me quedé trabajando hasta muy tarde. Por eso, me sentí en todo mi derecho de pasarme la mañana entera acostada, leyendo plácidamente... y leer plácidamente acostada fue lo que hice (y terminé este libro.) Me dediqué a no pensar en nada más que en lo que estaba leyendo. Tenía la sensación de que tenía que fijarme si tenía algo de trabajo para entregar el lunes, pero me pareció que no era necesario, porque tenía todo el día por delante. Después de almorzar, la hora se me vino encima y tuve que apurarme a prepararme porque a las 15:00 unos amigos entraban al templo por primera vez y se sellaban. 14:27 salí para el templo, 14:30 llegué; 20:15 salí de "el castillo de Moroni", como se le ha escuchado decir a Feli (mi sobrino mayor, de tres años). La obra vicaria me mantuvo entretenida parece. Llegué a casa muerta de hambre y con ganas de tirarme en el sillón a ver tele, y Michelle me ayudó a satisfacer mis necesidades.





Debería haber revisado mi correo y haberme fijado qué era eso que me daba la sensación que tenía que entregar el lunes... pero estaba cansada y no supe ver más allá de la comida y la tele. Típico. Cuando estaba por dar la medianoche y estaba en la misma posición que a las 7:50 de la mañana, me pareció prudente abrir mi correo del trabajo y verificar qué tenía que hacer el lunes.








Tan luminoso que había empezado el día... en dos segundos se puso todo negro. Tenía una traducción de 3100 palabras para entregar a las 11:00 de la mañana. Y los domingos no trabajo, mucho menos si la razón por la que tendría que trabajar es mi sola estupidez humana. Hice un cálculo rápido y concluí que, como tarde, el lunes tenía que levantarme a las 5:00 de la mañana. Great!



Y así fue cómo empezó mi semana fatídica. Lunes y martes trabajé lo que una persona normal trabaja en cuatro días; el miércoles amanecí tempranito para cumplir con una entrega y a las 11:30 ya no podía más con mi cuerpo y la mayoría absoluta de mi neuronas se había declarado en huelga. El agotamiento cerebral que tenía no tiene nombre. De jueves a sábado, el exceso de productividad de los días anteriores tuvo como resultado una improductividad casi absoluta, con altas cuotas de culpabilidad por dicha irresponsabilidad y cansancio (además de otras cuestiones que surgen cuando uno está con las defensas anímicas bajas), y profundos sentimientos de falta de propósito en la vida. A veces es complicado trabajar todos los días de tu vida en tu casa.

Y ayer domingo, cuando sonó el despertador a las 8:00, toda la semana que traía encima me aplastaba como una manta de hierro. A pesar de todo, media hora después, tras mucho esfuerzo neuronal, salí de la cama y me preparé como corresponde. La razón por la que voy los domingos a la Iglesia pesa mucho más que una manta de hierro.

El domingo de ayer fue uno de los más renovadores y sanadores que he experimentado en los últimos tiempos. Empezamos con una clase preciosa que dio una madre dulce, joven y dedicada. La clase se centró en este pasaje de Salmos, que primero me hizo sentir vergüenza de ser "escudriñada" por un Dios que me ama y conoce mi potencial; pero al final de la clase terminé de entender y de abrir mi corazón para recordar que Él me puede "guiar por el camino eterno".  A la hora de la Escuela Dominical me toca dar una clase a mí para dos hermosas y valiosas mujeres que se están preparando para entrar al templo. Pocas veces he sentido con tanta claridad la confirmación de las verdades eternas como dando estas clases. Me hace feliz. Y por último, como broche de oro, la reunión sacramental fue lo que necesitaba para dejar atrás lo malo de la semana anterior y volver a empezar, a lo Alejandro Lerner.

Y así es como días lunes como éste amanezco con ganas de "cantar la canción del amor que redime", y vuelvo a amar mis rutinas, vuelvo a sentir la fuerza para hacer lo mejor que pueda durante estos siete días, vuelvo a ser feliz con las pequeñas y las grandes cosas. Y entonces me dan ganas de gritar: ¡Por muchos lunes más!... pero elijo callarme y no gritar nada, porque ya siento a todos los "Monday-haters" apuntándome con sus hondas.





miércoles, 10 de abril de 2013

Cada cosa en su lugar


El año pasado leí Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany's), de Truman Capote. (Hace unos meses, durante una mañana de labor culinaria en la cocina, vi la película. Hollywood, oh, Holloywood, siempre pintando la vida de rosa. Me encanta. Debo reconocer que me gustó más el final de la película que el final del libro. Me estoy yendo de tema.) La cuestión es que el libro me gustó mucho; me gusta Capote, escribía interesante. Aunque no me sentí identificada con prácticamente ninguna de las peculiaridades de sus personajes ni de sus realidades, me quedaron grabadas las palabras de Holly, la protagonista (Audrey Hepburn en la película). Sin expresiones ni términos rebuscados, explican lo que vengo sintiendo hace ya varios años:



Recuerdo que lo leí mientras esperaba el micro, en la parada del 307, en la esquina de casa, frente a Parque San Martín (exacto: tengo un talento único para recordar detalles banales que no sirven para nada). Y me encantó lo que leí, no por haber descubierto la pólvora, sino porque la genialidad de la frase radica en la descripción acertadísima de mi filosofía de vida durante los últimos años, filosofía de vida que adopté prácticamente sin querer.

Hace seis años, TODO cambió, como bien dijo Camila. Y cuando cambió la realidad que conocía, empecé un camino que me trajo hasta donde estoy hoy, hasta la Berenice actual; y estoy bastante segura de que acá es donde tenía que llegar. (Mátenme: una cosa fue llevando a la otra, perdí el control de la situación y estoy escuchando Coleccionista de canciones.) 

No me distraigo más.  

Durante los últimos seis años he estado buscando mi lugar en el mundo, literal y metafóricamente. Literalmente porque empecé a sentir que mi estadía en La Plata tenía fecha de vencimiento. Uno llega a amar los lugares donde vive, donde hace historia, donde crea lazos; uno deja parte de su corazón en los lugares donde rió, lloró, gritó, se enamoró y se desenamoró. Pero a muchos nos pasa que sentimos que nuestro corazón no pertenece a un solo lugar, independientemente de cuán profundo lleguen las raíces que crecieron en esa tierra. Así que empecé a buscar literalmente mi lugar en el mundo; no sabía exactamente cuál era, pero sí sabía que no estaba en La Plata. Al mismo tiempo, empecé a buscar ese lugar metafóricamente. Tengo la convicción de que todos tenemos misiones particulares, misiones que se adaptan a nuestros talentos, a nuestros dones, a nuestra personalidad y a nuestro potencial. Y yo necesitaba encontrar ese lugar, un lugar donde pudiera seguir creciendo (no físicamente, por favor), un lugar donde sintiera que estoy progresando y cumpliendo con el propósito y la misión para la cual fui creada. 

Y desde que empecé a sentir que tenía que buscar mi nuevo destino, sin querer empecé a querer no poseer nada hasta que no encontrara un lugar en donde yo estuviera en mi lugar y las cosas estuvieran en el suyo. Así que, a pesar de mis copiosos 29 años, en estos últimos tiempos no he acumulado mucha cosa material; sólo tengo las cosas que puedo llevar conmigo a todas partes: mi computadora, libros, algo de ropa y unos cuantos frasquitos bastante caros con agua bendita que huele divinamente). 

Así y todo, hace casi dos años compré este cuadrito. 

El cuadrito se lo compré a un pintor que tenía un puesto en Pike Place Market, en Seattle, WA.


Me enamoré de la pintura. Me enamoré de la escena que pasaría a ser símbolo y recuerdo futuro de uno de los mejores viajes que he hecho. Este cuadrito me recuerda la época en que sentí que los cielos empezaban a abrirse, a mostrarme con más claridad el camino, mi camino; la época en que empecé a encontrarme, haciendo un esfuerzo deliberado por buscarme, por descubrirme, por entender mi esencia y por actuar en consecuencia con lo que descubría y entendía. 

El cuadrito nunca lo colgué, pero cada tanto lo miro. Interpreto mi decisión de no colgarlo como una manifestación silenciosa de no ponerme muy cómoda en ninguno de los lugares pasajeros donde he pasado los últimos dos años, desde que lo compré. Pero tomé la determinación de que, en agosto, voy a empezar mi nueva etapa colgándolo; necesito descansar, al menos por dos años, de esta búsqueda de un hogar para mi alma. Sin embargo, a la que nunca voy a dejar de buscar, y que pretendo seguir redescubriendo, es a mí, a Berenice, porque donde me pierda de vista, la quedo. Si me descuido, todo pierde sentido.

Traveling solo (wait for it)

miércoles, 3 de abril de 2013

La vida (no siempre) es un sueño
(A mis amados platenses y mi bella La Plata)

Hoy me desperté de mi sueño. Muchas veces me pasa que me caigo de mi alfombra voladora y me despierto. Y la vida deja de ser un sueño por un rato. 

Hoy me despertó la tragedia de La Plata. Pasé todo el día estupefacta, leyendo diarios, viendo noticieros por internet, leyendo estados en Facebook, tratando de enterarme por terceros cuál era la situación de mis amigos. 

El sueño empezó a terminarse el martes, cuando supe de las inundaciones en Capital Federal. Respiré cuando nos enteramos de que mis hermanos estaban bien, ayudando a otras personas que sufrían las consecuencias de la lluvia. 

Pero hoy miércoles a la mañana el sueño se terminó por completo y estuve todo el día despierta. Me pasé todo el día en vela, porque mi carácter soñador estuvo todo el día adormecido. 

Mi corazón llora... y mis ojos también. Desearía estar en La Plata, ayudando, colaborando, tratando de dar alivio. No desearía estar en el lugar de los que han perdido mucho o todo, porque soy bastante cobarde, porque no tengo la valentía de adentrarme a sabiendas en el ojo de la tormenta. Pero mi corazón, mis pensamientos y mis oraciones están con ustedes, amigos queridos. 

Ahora, con el cuerpo seco, pero los ojos mojados, me voy a dormir, para ver si puedo volver a soñar, porque tengo la firme convicción de que esta vigilia no tiene que durar mucho, no debe hacerlo. 

Cómo puede este insomnio perdurar cuando sabemos que no estamos solos, "porque yo estoy contigo, y ninguno te podrá hacer mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad" (Hechos 18:10) y "cuando pases por las aguas, yo estaré contigo" (Isaías 43:2). 

Y como dijo el élder Holland: 

"Desde el principio y a través de las dispensaciones, Dios se ha valido de ángeles como emisarios de Él para transmitir amor y preocupación por Sus hijos... Testifico de ángeles, tanto de la clase celestial como de la terrenal... Testifico que Dios nunca nos deja solos, nunca nos deja sin ayuda en los desafíos que enfrentamos.  '[Ni] lo hará, mientras dure el tiempo, o exista la tierra, o haya sobre la faz de ella un hombre [o mujer o niño] a quien salvar' (Moroni 7:36.) A veces, como grupo o individualmente, quizás sintamos que estamos alejados de Dios... perdidos y solos en lugares oscuros y lúgubres. Muchas veces esa angustia la creamos nosotros mismos, pero aun en ese caso, el Padre de todos nosotros nos cuida y nos ayuda. Y siempre hay ángeles que van y vienen a nuestro alrededor, visibles e invisibles, conocidos y desconocidos, mortales e inmortales... 'Iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra... mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros para sosteneros' (D. y C. 84:88) ["El ministerio de ángeles", Conferencia General de octubre de 2008]. 

Volvamos a soñar. Todo esto va a pasar.

lunes, 1 de abril de 2013


La vida es un sueño
(Sori, Calderón de la Barca, te robé el titulín)

Recién, tratando de decidirme sobre qué escribir, miré mis papelitos (donde anoto las cosas que me vienen a la mente) y me dieron ganas de escribir sobre los sueños: no los que tenemos mientras dormimos, porque en mi caso prácticamente nunca los recuerdo, sino los otros, los que la Real Academia Española define como "cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse", definición que, by the way, me pone furiosamente furiosa por su carga altamente negativa. Evidentemente, debería haber empezado a escribir este post in English, porque my  beloved Merriam-Webster define "dream" como "something that one hopes or intends to accomplish"; aunque Merriam Webster no se juega mucho con la definición, por lo menos se acerca un poquito más a lo que quiero escribir hoy. 

Hablando de sueños, yo soy de las personas de naturaleza estúpida; soy de las personas que dedican gran parte de su vida a soñar. La verdad, la verdad es que no es una opción para mí: me cuesta evitarlo y no soñar va en contra de mi naturaleza. En muchos aspectos me haría bien soñar un poco menos y limitarme a los hechos, a la realidad objetiva (si es que existe tal cosa) y vivir sólo el ahora sin tantas hipótesis idealistas. Me ahorraría tiempo y desencantos, y seguramente sería bastante más productiva.

Esto es lo que me pasa: no me imagino perdiendo, no me imagino fracasando, no imagino a la vida azotándome y oprimiéndome con su cruda y oscura realidad. Esto no se trata de un exceso de autoestima ni de creerme la hermana no reconocida de Superman; es simplemente consecuencia de mi carácter soñador, o estúpido, como más les guste. Doy un ejemplo simple y claro de mi vida universitaria pasada: independientemente de cuánto hubiera estudiado para un examen (a veces no quería se me hacía imposible estudiar mucho), siempre tenía la secreta esperanza de que aprobaría, e incluso muchas veces soñaba con nueves y dieces. Como se imaginarán, varios patitos se cruzaron en mi camino.



Así me pasa en general con todo: suelo esperar lo mejor; a veces hasta sueño con que la misericordia todo lo cubre, incluso mis esfuerzos mediocres, y no puedo evitar imaginarme recibiendo una no siempre merecida corona de laureles. Bastante iluso lo mío.

Otras personas son de naturaleza opuesta a la mía: son más bien racionales, más centradas; por lo general sus pies nunca se despegan del suelo. He escuchado a algunas personas decir que esperan lo peor y así se evitan desilusiones en caso de que lo peor se lleve a efecto, o bien se ponen felices y se sorprenden si lo peor no se concreta y lo mejor toma su lugar. Quizá sea una buena estrategia, pero a mí no me sale. Miren que lo intento, eh, pero indefectiblemente me sale el ingenioso hidalgo Don Quijote de adentro (aunque físicamente encuentre más similitudes con Sancho...). No importa los molinos que se me crucen por delante, Rocinante y yo podemos con ellos.

(En realidad no siempre es tan así; no siempre logro ser tan positiva, pero recurro a mi facilidad hiperbolística para que se entienda la idea.)

Hoy alguien citó al Señor Cara de Papa en Facebook (no me refiero a este, sino a este). Al parecer, Mr. Potato Head habría dicho que "soñar no cuesta nada"; sin embargo, esta amiga de FB acotó que "soñar cuesta desilusiones". 

Y es verdad, cuesta muchas desilusiones, muchísimas más que las jamás soñaría experimentar. Tantas, pero tantas veces me he desilusionado y encontrado con resultados bastante diferentes a los que había planeado (incluso las veces que sí me había esforzado y mi labor no había sido nada mediocre). A los veintipoquitos me encontré con LA sorpresa de mi vida, con la situación que Berenice Ventura jamás hubiera soñado tener que enfrentar. Hubo también otras desilusiones menos trascendentales, pero que dolieron igual. 

Así y todo, elijo seguir soñando. En lo que a mí respecta, creo en las sabias palabras de Cenicienta: 

(Estoy juntando firmas para que incluyan esta canción
en el próximo himnario verde.)

Decido creer que "no matter how your heart is grieving, if you keep on believing, the dream that you wish will come true". Se me hace más fácil ser feliz cuando sueño que llegan las mejores cosas a mi vida. Y cuando no llegan... bueno, me pongo el poncho correspondiente y le hago frente a la situación con la mejor cara que puedo. Después de todo, con una perspectiva eterna, la verdad es que mi vida no va a terminar en desilusión; siempre que llovió, paró; no hay mal que dure cien años. Y entonces empiezo a soñar de nuevo.

En definitiva, todos mis sueños algún día se harán realidad... Y si no, fue lindo mientras duró la ilusión.

Me senté al piano un ratito en busca de inspiración y la encontré.
Por favor, absténgase de indicar si mis gustos concuerdan con mi edad...

sábado, 30 de marzo de 2013

What's in a name?
(algo así como la importancia del nombre)

Heme aquí para hablar un poco sobre los nombres. Hace tiempo que vengo pensando en los nombres, en la trascendencia que tienen. Al menos a mí me gusta pensar que mi nombre me representa, que representa mis cualidades o características principales; me gusta pensar que cuando personas que me conocen escuchan o leen el nombre "Berenice", se acuerdan de mí y de algún atributo que consideran que me identifica.

(Por si no se entiende la idea, doy un ejemplo. Juan de los Palotes [ex compañero de la Facultad] está en una biblioteca, enfrascado en su búsqueda de ese libro de cuentos de Edgar Allan Poe que no logra encontrar en ninguna parte. De repente, cuando ya había perdido toda esperanza, lo encuentra, lo toma entre sus manos y va directo al índice para ver si tiene el cuento que está buscando: "El corazón delator". La lista de cuentos es larga, porque dio con un Cuentos completos de Edgar Allan Poe, tomo I. Entonces algo interrumpe la búsqueda. Absorto en sus pensamientos, levanta la mirada de la hoja, mira "como hacia" el horizonte y... sonríe. Es que se encontró con "Berenice", y se acordó de ella: alta, de cabello largo oscuro, rulos al viento, de cuerpo esbelto que da envidia... [I know, estoy perdiendo credibilidad. Vuelvo.])

Claramente mi señora madre no tenía la misma idea que yo cuando decidió que la protagonista del cuento de Poe tenía un nombre "precioso" y que una de sus hijas tenía que ser la portadora: lo odié durante los primeros quince años de mi vida. Solamente esa posibilidad justificaría el hecho de que me haya puesto Berenice, el nombre de una chica que se casa con un primo psicópata y que al final de su vida, corta, la única parte del cuerpo que le queda en buenas condiciones son los dientes, que el primo conserva después de enterrarla... viva, porque parece que en la tumba estuvo escribiendo poemas. Detalles. Aunque mi nombre no sea prueba de ello, mi madre me quiere. 

Ahora, volviendo al tema que nos convoca hoy, considero que el momento en que madre y padre le dan un nombre a su hija o hijo es un momento muy especial. No digo que todos deban hacer lo mismo, pero desde hace algunos meses he estado contemplando la posibilidad de dar nombres especiales a mis hijos, nombres que tengan un significado especial para mí y no que solo suenen lindos. Hace años tenía una listita con nombres que me gustaban (Cala, Lea, Timoteo, Juan Manuel, por recordar algunos), pero perdí el rastro de ella hace mucho y, desde entonces, me he estado replanteando algunas cosas. Mientras espero a que se digne aparecer mi Príncipe Azul, voy adelantando trámites y decido qué nombres les pondremos al fruto de nuestros lomos. Asumo que él no se va a oponer tras leer mis convincentes argumentos.

Quiero que mis hijos lleven nombres que ya estaban grabados en mi corazón desde mucho antes que ellos llegaran a esta tierra. Quiero que sean nombres especiales, de personas especiales que forman parte de mi futuro eterno. Quiero algún día ver a mis hijos y ver en sus vidas reflejadas las vidas de personas que admiro, que amo profundamente y son mis mejores amigos. 

Me gustaría que mis hijos lleven los nombres de mis hermanos: Esteban, Michelle y Verónica (porque además de mi amiga, es mi hermana [in-law, pero hermana al fin]). Cuando tengan edad suficiente para entender, les explicaría lo que Helamán les explicó a Nefi y a Lehi: 

"Hijos míos... os he dado [esos] nombres... para que cuando recordéis vuestros nombres, los recordéis a ellos; y cuando os acordéis de ellos, recordéis sus obras; y cuando recordéis sus obras, sepáis por qué se dice y también se escribe, que eran buenos. Por lo tanto, hijos míos, quisiera que hicieseis lo que es bueno, a fin de que se diga, y también se escriba, de vosotros, así como se ha dicho y escrito de ellos" (El Libro de Mormón, Helamán 5:6-7).

Esteban me gustaría que se llamara uno de mis hijos. Esteban es bueno por naturaleza. Aunque por muchos años se esforzó por esconderlo de sus padres y hermanas (y lo logró debido a su gran destreza), más temprano que tarde salió a relucir su verdadero carácter. Esteban hace sentir bien a las personas que lo rodean. Tiene una sonrisa cálida (Gracias, Fernanda Chinchurreta) y una mirada dulce y sincera que demuestra que, cuando te pregunta cómo estás y qué contás, realmente está interesado en saber y dispuesto a escuchar. Esteban es un hombre fiel en el sentido más amplio de la palabra. Es trabajador y le pone el pecho a las balas. Esteban es perseverante y cumple las metas que se pone. Es sumamente organizado con el dinero y domina las planillas de Excel para que ni a él ni a su familia les falten las cosas básicas de la vida. Esteban tiene un don para escribir y tiene la capacidad de desarrollar talentos en forma autodidacta (es ebanista amateur; encontró la mayoría de las notas en la flauta traversa soplando por él mismo, sin que nadie lo dirigiera; leyó Don Quijote... entero, y nadie lo obligó). Aun mucho antes de que descubriera todas estas cosas de Esteban, me sentía orgullosa de que supieran que yo era su hermana. Evidentemente algo, adentro, me hablaba de todas estas cosas que fui descubriendo con el tiempo. 


Michelle quiero que se llame una de mis hijas. Michelle puede ser muy dulce, cuando quiere. Michelle tiene ese tipo de dulzura que se hace evidente con sus hechos. Básicamente, Michelle es caritativa; naturalmente lleva en ella el amor puro de Cristo. Fácilmente las personas se instalan en su corazón. Michelle se preocupa sinceramente por las personas y se esfuerza por ayudarlas y darles alivio. Michelle sabe ser buena amiga, tarea nada fácil. Michelle es sumamente responsable y cumple con todo lo que se requiera de ella. Es pacificadora. Tiene una capacidad increíble para callar en momentos que la mayoría de los mortales elegiríamos sacarnos el enojo o el dolor que tenemos adentro con las primeras palabras que nos vinieran a la mente; todo sea por mantener la paz. Los niños aman a Michelle y a Michelle le resulta fácil quererlos, jugar con ellos, entretenerlos, hacerlos sentir importantes. Michelle es muy creativa y buena cocinera: abre la heladera, ve lo que hay y surgen cosas mágicas que deleitan el paladar con los más simples ingredientes: ingredientes prosaicos en manos de otros. Michelle era tímida. Era. La vida la puso en situaciones que le exigían cambiar su naturaleza, y ella se puso a la altura de las circunstancias y la cambió. 



Verónica quiero que se llame otra de mis hijas. Verónica es mi cuñada; primero fue mi amiga y a partir de diciembre de 2006 se convirtió en mi hermana. Verónica es una de las mujeres más fuertes, más firmes y más resistente que conozco. Verónica es una de las pocas mujeres que conozco que, independientemente de qué digan, piensen o exijan los demás, se mantiene siempre firme a sus principios, actúa de acuerdo con los dictados de su propia conciencia y la voluntad de Dios para su vida. Verónica es madre desde mucho antes de ser la madre de sus hijos. La maternidad brota naturalmente en ella; seguramente no le resulta fácil, pero cumple con sus responsabilidades como si fuera "cantar y coser". Verónica tiene una capacidad admirable para formar parte de la vida de las personas: escribe e-mails, manda mensajes de texto, llama por teléfono, visita en las casas, hace regalos para cada ocasión especial; así, como no podía ser de otra manera, demuestra que se interesa y que aprecia. 



Quiero que mis hijos lleven los nombres de mis hermanos, para así llevarlos siempre conmigo, para verlos todos los días, para recordarlos a cada instante, para seguir aprendiendo de ellos, para amarlos cada día más. Quiero que mis hijos lleven los nombres de mis hermanos para que ellos amen a sus tíos, para que los reconozcan en ellos mismos, para que aprendan de ellos. 

Igual, por si las moscas, tengo un plan B: si el mencionado Príncipe Azul nunca aparece, me compro tres perros. Los nombres ya los tengo.

 



martes, 26 de marzo de 2013

Mi vida es un desastre


Mi vida es un desastre es una de mis muletillas. Se me escapa naturalmente como introducción o conclusión de algun relato de mi vida. Por supuesto que taaan desastrosa no es, pero suelo hacer uso excesivo de las hipérboles para comunicar mejor (?) mis ideas. 

Hace siete años que trabajo super-full-time desde casa, traduciendo. Me encanta. No lo cambiaría por (casi [insert Eternal Family here]) nada. Mi hermana ha usado adjetivos poco cariñosos para describir mi reclusión y bunkerización, como lo llamo muy a menudo. Obvio; es más top ser game-tester o QA analyst. Mi madre considera que es una bendición trabajar como trabajo, pero se la ha escuchado decir, hablando con mi hermana y refiriéndose a la que les escribe: “Lo que pasa es que tu hermana nunca tuvo un trabajo (aparentemente no cuenta como trabajo cualquier tarea que realices desde tu casa, en pijama, con el mate al lado y que no requiera algún medio de transporte público o privado). Mi hermano siempre tiene buenos consejos sobre cómo desmonotonizar mi vida, relacionarme con gente y hacer vida de persona normal. Papá nunca me dice nada, así que yo decido asumir que está contento con mi modalidad de trabajo, que en realidad es mi modalidad de vida. 

Antes de que me siga yendo por las ramas, vuelvo a la idea principal. Mi vida a veces es un desastre. Si me ven de afuera, no es muy desastrosa ni estresante, ni tampoco interesante, pero, como dicen: “La procesión va por dentro. Mi cabeza suele albergar muchos más visitantes que aquellos para los que tiene capacidad. A diario, la pantalla de mi compu luce así: 


En general tengo mucha cosa en la cabeza, además del trabajo. Seguro que la mayoría de las personas tienen más cosas que yo, pero la verdad es que últimamente me he encontrado multi-tasking mentalmente, al mismo tiempo que trato de concentrarme en el trabajo y hacer de cuenta que nada sucede. Hay días que me frustro sobremanera porque me paso horas y horas sentada con tanta cosa entre manos. En general disfruto, pero tengo, cada tanto, alguna que otra semana especialmente desafiante, semanas en las que veo todo un poco borroso. 

Esta foto es solo un intento de representación (que se queda corta) de cómo luce mi escritorio a diario. 

A veces el escritorio se ve tan colapsado como me siento yo. A veces la vida pasa tan rápido y hay tanta cosa para hacer, pensar, decir, buscar, leer, comentar y ver que haciendo, pensando, diciendo, buscando, leyendo, comentando y viendo se nos va la vida. Y estaría todo más que bien si no fuera que a veces se nos va la vida y no llegamos a hacer las cosas que realmente importan, cosa que pasa cuando no ponemos la vida en orden, cuando no establecemos prioridades, cuando no encontramos momentos tranquilos, por más cortos o largos que sean, para hacer las cosas que le dan sentido a estar vivos. 

Hace varios años (creo que allá por 2009), cuando ya era grande, pero no tan grande como soy ahora, estaba charlando con mi buena y sabia amiga María Eva y le contaba que me sentía desorganizada, como que me faltaba algo y andá a saber qué más. 

María Eva González, posando as usual.

Lo que más me desconcertaba era que estaba haciendo las cosas que siempre hacía, desde hace años, las cosas básicas que todos sabemos que debemos hacer. Qué se yo, estaba haciendo todo lo que tenía que hacer, pero me sentía rara igual. Entonces Eva me dice: Bere, tenés que enfocarte“What??? ¿Me ves borrosa, acaso? ¿A qué parte de mí le falta enfoque?. A esto Eva, con la parsimonia que muchas veces la caracteriza, me dio la respuesta que años después yo seguiría citando hasta en clases del curso de Preparación para el templo: Bere, tenés que enfocarte. Empezá todos los días estudiando el Evangelio durante (???) minutos/hora(s)

En ese momento me pareció demasiado tiempo. Me pareció que mi organización diaria se me iba a ir al tacho si dedicaba tanto tiempo a diario para estudiar el Evangelio. Me parecía que alcanzaba con lo que estaba haciendo en aquel momento, fuera lo que fuera. 

Entonces lo puse a prueba y como le pasa a la gente que usa Reduce Fat Fast: me cambió la vida. Si bien la vida se me desenfoca cada tanto, siempre sé a dónde tengo que volver, cómo tengo que organizar mi vida. Cuando todo se empieza a ver revuelto, vuelvo a establecer mis prioridades in the Enfocate-Berenice way. Y aunque mis días estén llenos de cosas, abarrotado de detallecitos para arreglar, desbordado de trabajos exigentes, lleno de gente llamando por teléfono, tocando timbre o hablándome mientras trato de trabajar (porque como trabajo en casa, muchos piensan que me paso en la compu chateando, jugando jueguitos o estoqueando en Facebook), mi mente está tranquila y ordenada; cada cosa ocupa el lugar que le corresponde y casi nada me quita más sueño que el que debe. Y en vez de ver y sentir mis días como fueron mis calendarios de enero, febrero y marzo: desprolijos, con mucha cosa y hasta partidos al medio (como me pasó con febrero), veo mis días como el calendario de abril: despejados, limpitos, tranquilos, apacibles, llenos de luz. 


“mi vida es un desastre pasa a ser un frase carente de significado real para mí. NADA puede ser un desastre cuando cada cosa está donde debe estar. 

Lets focus, people!










sábado, 23 de marzo de 2013

Dedicatorias: From me to you


Porque hasta Borges lo hizo, no puedo dar por iniciada mi postergada-for-so-long labor sin unas buenas dedicatorias. Con ustedes, ellas (en orden alfabético para nadie se adjudique más/menos importancia que la que merece):

A Anabella: que, si se aburre mucho en el trabajo, me va a leer. 

A Celeste y Magui: que son las principales culpables de que haya resucitado el blog que creé hace varios años, pero que nunca empecé. 

Courtney Kendrick: my favorite blogger-writter, who inspires me on a regular basis.

A Esteban: mi mejor y talentoso hermano que también disfruta de escribir, aunque hasta el momento lo ha hecho en el animato o el ámbito familiar... Excepto por la ocasión en que participó de un concurso de microficciones en Twitter (narraciones del tipo "Había una vez truz que se cruzó con un del fín", pero bastante más serias y definitivamente de mejor calidad... quiero imaginar). Este chico es cosa seria. 

A Gaby: que, si se banca mi verborragia cada tanto, seguro me lee de vez en cuando.

A Josesita: la flamante "marida" que haría bien en empezar su propio blog para que nos enteremos de sus aventuras necochences.


A Mamá: que se me rió en la cara cuando le dije que había empezado un blog. Como me quiere, seguro que por compromiso logro que me lea.

A María Eva: que ahora tiene la excusa perfecta para no leerme (la misión). 

A Michelle: mi mejor hermana, que se va a negar a leer cualquier entrada que supere los 144 caracteres. So from me to you, best sister and friend.

A Papá: que, si tuviera que aprender Braille para leerme, lo haría. 

A Vero: mi amiga y cuñada a quien, como todavía no le pude dar primos para sus hijos, le doy un blog. Not quite the same, pero bueno, hago lo que puedo.

A Feliloqui y Emilili: que aparecen últimos porque fueron los últimos en llegar al mundo. Y que se salvan de leer a la tía, porque no saben leer. 

A todos ustedes, ¡bon appétit!





jueves, 21 de marzo de 2013

Me llevó años, pero llegó. No sé si llegué para quedarme, pero por lo menos voy a give it a try. Amigas bondadosas me vienen alentando desde hace años para que escriba mis pavadas, así que, en honor a ellas, mis pavadas escribiré.

Lamento no tener una idea grandiosa con la cual empezar este "viajecito", para atraerme así, from the very beginning, millones de lectores apasionados que me amen y me pidan que nunca deje de escribir. Como dudo que eso suceda, decidí arrancar no más, e iré dándole forma con el tiempo.


Una de las razones principales por las que me llevó tanto tiempo decidirme a empezar es que no sabía si escribir en español o en inglés. He aquí mi dilema: si escribo en español, no me lee ni el loro, ergo: muero en el anonimato; si escribo en inglés, en caso de que algún alma caritativa se digne leerme, el ochenta por ciento de mi gente querida ni se entera. Así que esto es lo que decidí: veo. Voy viendo. Pruebo, mezclo. Escribo en el idioma que me nazca cuando tenga ganas de escribir. Y si se mezclan, even better: nada más representativo de la humilde autora que suscribe.

Así que aquí voy. Bienvenidos a mi Boulangerie, my Food For Thought corner, la cocina donde leudarán mis ideas y se convertirán en el pancito recién salido del horno para algún transeúnte con ganas de probar algo diferente.

¡Bon appétit! 


Apelo a vuestra sagacidad para entender la foto,
pero convengamos que no se necesita mucha.