Dos cosas hicieron el viaje más ameno. 1) La lectura de Divergent, regalo de Michelle para mi cumpleaños (que todavía no fue) y 2) la experiencia en migraciones. Fue sumamente placentera, cosa que me dejó perpleja debido a mis funestas experiencias pasadas. El cordial agente ante quien presenté mis papeles no sólo me sonrió ---el año pasado la mujer que me atendió poco más que me escupió---, sino que además he called me "young lady", me deseó buena suerte en los estudios y me dio un par de consejos. Para mí que era un ángel. Posta.
Una vez que hube pisado suelo salt-lake-citycense, me recibió mi abuela postiza, Raquel. Todos deberían tener una abuela-postiza-Raquel. Seis años atrás, durante épocas difíciles, dedicó horas y horas a contestar mis e-mails; sus palabras no se limitaban a ser inspiradoras, sino que eran inspiradas; me sirvieron de consuelo y me dieron esperanza. Desde ese entonces, se ha convertido en una abuela y amiga que me hace sentir más cerca de casa aunque esté a miles de kilómetros.
Hoy fue un precioso domingo, de principio a fin. Leí tranquila durante la mañana y volví a sentir la confirmación inconfundible de que el libro que leía es un libro inspirado, escrito por profetas de Dios. Es muy genial que el Padre se comunique con nosotros, hablándonos a la mente y al corazón. Ojalá todas las personas tuvieran la fe para darse cuenta de que Él nos escucha y nos contesta. De 11 a 14 fui a la capilla, me saqué las ganas de cantar y hasta participé en la clase de Escuela Dominical: cuando el maestro preguntó cuántas veces se le apareció Moroni a José en la misma noche dije "Three".
La tarde estuvo llena de charla, "barbecue" (nuestro asado), calorcito y descubrimientos. Yo ya sabía que mi talento era sin par; sin embargo, esta tarde, lavando lechuga y admirando los tomatitos cherry caseros de la huerta de Raquel, me di cuenta de que el aire montañés claramente le hace bien a mis pulmones y está potenciando mi don natural para el silbido. Es así que esta noche de domingo que está a punto de terminar me despido de ustedes y los dejo con un silbido dominical inspirado en el número musical que formó parte de la reunión sacramental de hoy: un arreglo para piano y viola de "Secreta oración".
Herriman al atardecer. |