domingo, 15 de junio de 2014

Esteb(it)an

Y hoy tocó Esteban, mi hermano mayor, único y genial en muchos aspectos, insoportable en muchísimos otros. Mamá y Papá lo esperaron ansiosos por algunos años, hasta que finalmente se dignó a aparecer. Llegó para alegrar la vida de Jorge y Lilián, como lo prueba esta estupendísima foto.


Cuentan las malas lenguas que tenía sus lindos berrinches de pequeñuelo. Yo me atrevo a decir que dichos berrinches no terminaron como hasta que cumplió los diecinueve años, solo que fueron mutando y volviéndose un poco más sofisticados conforme iba creciendo.


Siempre fue medio malhumorado y algo descarado o atrevido, believe it or not. El que me lea ahora y tenga la imagen de Esteban sentado en el estrado de la capilla pensará que soy una calumniadora, pero no, estoy hablando con la pura verdad.

De chicos nos peleábamos todo el tiempo. ¿A qué se debían nuestras peleas? No estoy segura, pero era nuestra manera de vivir la hermandad que nos unía. Cada tanto teníamos algún momento de paz, como en Navidad, Reyes, el Día del Niño y alguno que otro día en que, quizá sin que nos percatáramos, alguien había pintado el dintel de nuestra puerta con sangre de cordero y el ángel
destructor decidía no pasar por nuestra casa.
Pero esa no era la norma. 

Esteban y Eclón - 1993


Algunos ejemplos:

Transcripción: "Como todos los días tuve una pelea con Esteban..."
Entrada en mi diario personal. Yo, 9 años. Esteban, 11.



Transcripción (sic.): "20/11/92 - Hoy a las 14:30 me pelie con Esteban y me pegó
una patada en el estómago y yo me puse a llorar.
Vino papá y retó a Esteban. Y nos puso en penitencia".


El registro de arriba es un claro ejemplo de que la historia la escriben los vencedores. Si bien los dos nos comimos la misma penitencia, si no fuera por este post, la posteridad sólo vería a Esteban como el perpetrador de castigos infundados e inmerecidos. A favor de mi hermano mayor, me declaro igual de culpable que él, ya que la patada en el estomágo fue la respuesta a mi intento fallido de lanzarle y embocarle una canilla de bronce con forma de serpiente. True story.


Básicamente, esa fue nuestra infancia: peleas. Sabíamos que nos queríamos, pero nos esforzábamos bastante por que no se notara mucho. Cada tanto, después de alguna patada que otra, Esteban se sentía tan culpable que me hacía una postal en la computadora (una de aquellas que estaban re de moda a principios de los noventa, cuando reinaba DOS), plasmaba sus más profundos sentimientos en ella y me la pasaba por debajo de la puerta del cuarto en el que yo cumplía la condena de mi penitencia. 

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Gracias a la sabiduría que los años me fueron dejando y al sabio consejo de mi madre, pasamos a otra etapa. Mamá me dijo: "No le des corte. Tarde o temprano, se va a cansar de molestarte y que vos no reacciones". Dicho y hecho. Dejé de prestarle atención a sus intentos de encolerizar mis ánimos y se cansó. Entonces empezó a molestar a Michelle, las más pequeña, que literalmente llevaba la "garra charrúa" en su interior y la exteriorizaba arañándolo hasta lastimarlo. Un primor los hermanitos Ventura.



Durante mi adolescencia, que llegó después de la de él pero la compartimos varios años, aprendí a admirarlo secretamente. Empecé a darme cuenta de que el Esteban que conocíamos en casa no era el único Esteban que existía. Estoy segura de que, por alguna extraña razón, en casa sentía la obligación de disfrazar a la ovejita de lobo rapaz, para así ocultar su verdadera identidad: cuando lo veías sin el traje de villano, te dabas cuenta de que su valor se equiparaba al del oro. Era como Snape, que nos tuvo seis libros y medio convencidos de que era la piel de Judas.  




Empecé a darme cuenta de por qué todos querían al Paté (sobrenombre por el cual era conocido a lo largo y ancho de la Estaca Este, en Uruguay): Esteban era excelente deportista, divertido, de sonrisa fácil, paciente, amable, sumiso, servicial, líder natural. En casa todas estas características de su personalidad solían quedar sepultadas debajo de las innumerables revistas de surf y skate(boarding) que literalmente tapizaban el piso de su habitación; esas virtudes quedaban ocultas tras             el ruido de la música punk                                         terriblemente ruidosa que escuchaba
                                                                                                         o tras algunos actos de rebeldía                                                                      que surgían bastante seguido. 




Pero un día se fue tres meses a otro país y quedamos lejos, separados por miles de kilómetros por primera vez. Y entonces no quedó duda de que nos queríamos bastante, tanto que hasta nos extrañábamos, cosa que nos llevó a empezar a escribirnos e-mails a diario. ¿Qué me contuchi? De repente como que empezamos a hacernos amigos. 

Unos meses después de ese viaje, llegó el momento de que se fuera de nuevo, pero esta vez por dos años. 

Me acuerdo del día en que lo dejamos en el CCM de Buenos Aires, antes de empezar su misión en Mendoza, Argentina. Como evidentemente les sobraban un par de lugares ese día, nos invitaron a participar de una pequeña reunioncita con los misioneros. No me acuerdo mucho de qué se hizo ni se dijo en esa reunión, pero no me olvido que le pidieron a Esteban que dirigiera el primer himno y a él no se le ocurrió mejor idea que decir que su hermana tocaba el piano. Fue un momento especial y fraternalmente romántico. Cuando terminó esa pequeña reunión, llegó el momento de la última despedida y creo que ninguno de los dos se esperaba la emoción que nos embargó. Después de tantos años de peleas, de casi ignorarnos mutuamente, de distancia a pesar de vivir bajo el mismo techo, el día que tuvimos que despedirnos por dos años, nos abrazamos y no nos soltábamos, y no dejábamos de llorar. Tan machito que se hacía andando en skate, haciendo surf, escuchando estruendosa...

Y volvió de la misión hecho (casi) un hombre. Empezó a salir con mi amiga del alma, Vero; la esperó durante un año y medio cuando ella se fue a la misión; y unos meses después de que volvió, contrajeron nupcias. 

Hoy Esteban es todo un hombre y padre de (casi) tres hijos: las criaturas más hermosas que he conocido hasta el momento. Me encanta cuando en sus e-mails, casi sin darse cuenta, me dice que ama a sus hijos. Me enternece cuando me cuenta del buen corazón de Feli y de la gracia de Emilia. Me llena de admiración cada uno de los esfuerzos que hace desde hace casi ocho años por proveer para su familia, por superarse, por alcanzar metas. Me enorgullese saber que está dispuesto a lavar platos, cambiar pañales y hacer las compras, y que no se siente menos hombre por eso. 



A veces es difícil hablar con Esteban sin exasperarse. Cada vez que hablamos, cinco minutos o cinco horas, él trata de solucionarme la vida. Cualquier cosa que le cuentes, sea o no sea un problema, él tiene la solución (o soluciones): invertí, poné un kiosko, empezá a hacer yoga, anotate en un grupo de baile, salí a caminar, andá a lugares donde no conozcas a nadie, descansá, no estudies/trabajes todo el tiempo, buscá un nuevo pasatiempo, cantá en un coro... A veces es enervante. Sin embargo, hace un tiempo me di cuenta de algo. Lamento que me haya llevado tanto tiempo darme cuenta, pero mejor tarde que nunca. Esteban siempre tiene una solución para proponerte porque quiere ayudarte. Quiere ayudarte sinceramente, porque te quiere, porque me quiere. Y la verdad es que siempre viene bien que alguien nos quiera, sobre todo si es un gran hombre, un siervo de Dios, el hermano por el que estoy eternamente agradecida. 

Te adoro, Estebitan. Sabelo.

¡Feliz día del padre!


Esteban le enseña a pesar a Feli.