martes, 7 de junio de 2016

Fabiana

Octubre 2015 - Mientras yo le cuidaba la casa y los gatos a mi abuela del corazón, Raquel, Faby se fue hasta Herriman para extrañarme menos y hacer compañía. 

Para los que no la conocen, esta es Fabiana Pérez, Faby para los amigos, Valeria para los desconocidos. Nos conocimos en 2013, durante mi breve regreso a Uruguay, cuando fue un par de veces a casa a trabajar en mi cabellera. Faby es una estilista súper top que antes trabajaba en los canales de televisión uruguayos peinando gente famosa y que ahora está disfrutando del pico máximo de su carrera experimentando con mi cabellera (o lo que queda de ella) tiempo completo. Este ascenso lo obtuvo gracias a que vive bajo mi mismo techo desde fines de agosto 2015. Qué bien me hace sentir saber que la estoy ayudando a progresar de esta manera.

Yo le pago en especie: le hago arroz con leche, zucchinis rellenos, tartas de tipos varios, licuados exóticos, a veces le lavo los platos, le doblo la ropa que quedó en el secarropas, le cuelgo lucecitas blancas en la habitación, le canto mientras toco el ukelele (como puedo) o la deleito con un karaoke unimembre de los últimos hits de Justin Bieber, Adele y Sia.

Faby es como mi mamá: me festeja y aplaude todo lo que hago, me vive diciendo que todo lo que cocino es delicioso, que todo lo que canto me sale precioso, que cómo he progresado desde el primer día que me escuchó tocar el ukelele. A veces la pesco filmándome (seguramente está preparando un montaje para chantajearme el día que deje de cocinarle) y casi siempre termina la grabación diciéndome: "¿Cómo no quererte?". Faby quiere fácil.

Con Faby nunca te quedás sin tema para charlar, no sé cómo, la verdad. Pero es así. Hemos sabido sentarnos en el living a las diez de la noche para contarnos cómo fue nuestro día y terminar hablando de bueyes perdidos. Y a mitad de camino, como a la una de la madrugada, cuando hace una hora que habíamos empezado a decir que "Es tarde, che. Vayamos a acostarnos", por ahí hasta encontramos a los bueyes que se nos habían perdido. Y cuando nos queremos acordar, nos trasladamos a mi habitación, donde me ayuda a ponerle sábanas limpias a mi cama y empezamos un debate acalorado porque ella me dice que mi cama es de plaza y media, y yo le digo que está completamente equivocada porque es de dos plazas, y entonces le empiezo a tirar las medidas de los diferentes tipos de camas, pero ella me sigue porfiando con que mi cama es de plaza y media. Y a esa altura, ya dieron las dos y media y terminamos muertas de la risa porque a quién le importa de qué tamaño es mi cama con la hora que es. Faby es cabeza dura y le cuesta dar el brazo a torcer (muy parecida a la que escribe, por cierto).

La vida con Faby es divertida y sumamente agradable. Dejando los chistes de lado, Faby vale oro en polvo y paso a explicar el porqué.

Las dos razones principales por las que está dispuesta a que yo le pague en especie por los servicios que le presta a mis rizos castaños son, primero, el amor que tiene por lo que hace, por la profesión que desde chica soñó tener y que ahora hace de mil maravillas; y, segundo, porque Faby es servicial y sumamente poco egoísta. Faby se interesa sinceramente por sus amigos y lo demuestra con lealtad, cariño y actos de servicio espontáneos, como se ve en estas fotos:


ocasiones en las que, tras haberse levantado y salido de casa antes de que yo amaneciera, me dejó listo el mate. ¿Quién hace eso? No muchas personas.

La razón por la que Faby me festeja y aplaude todo lo que hago no es por el talento desorbitante que poseo. Nada más lejos de la realidad. Es porque le gusta hacer sentir bien a los demás, porque hace caso omiso de todas las notas a las que le erré y se centra en la única a la que le pegué. Sabe disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, y si ve un poquito de bueno en algo o alguien, lo agradece, se alegra, sonríe y ríe, y a veces hasta se pone a saltar. Ejemplo en cuestión, las foto a continuación:

Faby expresando sus sentimientos por la tarta de choclo que le puse en frente. Una tarta como cualquier otra. Y aun así, ella feliz.
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Faby no se queda hasta cualquier hora de la noche charlando con vos porque no tenga nada mejor que hacer ni porque nunca tenga sueño (lo cual durante un tiempo sospeché). Se queda hasta cualesquiera horas porque le interesa escucharte, porque le interesa tu vida, porque se alegra de tus logros y quiere saber todos los detalles; se queda todo lo que tenga que quedarse porque le interesa enterarse de tus dolores y se esfuerza por consolarte, o por lo menos acompañarte, ayudarte a ver el lado positivo del dolor, de la prueba, y porque sabe que a veces la gente simplemente necesita hablar y que alguien se muestre interesado en lo que tiene para decir. No es poca cosa. 

Hace unos meses le conté de mi preocupación por llegar a la vejez sola. "¿Quién me va a cuidar cuando sea vieja, me querés decir? Felipe, Emilia y Paula seguro van a estar cuidando a Esteban y a Vero, así que con mis sobrinos no puedo contar". A mi perorata sobre la vejez y la soledad me respondió con un dulce "Vos quedate tranquila que yo te voy a cuidar". 

Faby tiene un corazón agradecido. Es feliz con poco y agradece desde las cosas pequeñas, como la bendición de estar sentada a la sombra de un árbol durante un día soleado, y reconoce las cosas grandes también, como el sentir el amor de un Padre Celestial que la cuida y nunca la olvida. 

La vida con Faby vale la pena. 

***Solteros interesados, tengan la bondad de contactarme por privado y sabré reservarles un lugar en la ocupada agenda de nuestra estilista preferida.