miércoles, 8 de mayo de 2013

La levedad del ser... o no ser... depende o.O




Una vez más, inspirada por escritos de la infancia, aquí me pongo a escribir, al compás de mis ideas. Acabo de leer una entrada del 19 de febrero de 1993, cuando tenía ya nueve años y medio. Al parecer, al encontrarme en la mitad exacta de mi trayecto entre los nueve y los diez años, no sabía bien dónde ubicarme: ¿más cerca de los nueve o más cerca de los diez? El día que incluya un índice alfabético al final de este diario con los temas que traté a lo largo de él, sin duda voy a incluir la palabra indecisión (speaking of paradojas) y la entrada de aquel 19 de febrero va a aparecer ahí.




Para ir entrando en tema, y a modo de justificación de ese día poco asertivo de mi vida, todos pasamos por días o épocas de dudas, días en que no logramos “make up our minds” para tomar decisiones definitivas.

Recuerdo que 2010 (creo) fue un año particularmente dubitativo durante varios meses. ¡Qué manera de sufrir, madre santa! Me acuerdo que pasé un tiempo considerable debatiéndome entre los diferentes destinos que podía darle a mis ahorros. A mis casi veintisiete o veintisiete recién cumplidos, había muchas cosas de mi futuro que eran totalmente inciertas, y eso me estresaba. En general siempre necesito hacer planes, aunque después no los lleve todos a cabo; si no los tengo, siento que voy donde me lleve el viento y que la vida pasa en vano. Los planes me ayudan a sentir seguridad y le dan propósito a mis días. La cuestión es que aquellos meses me faltaba esa seguridad, básicamente porque no sabía para qué lado agarrar.

Saber qué hacer con mis ahorros me parecía crucial en ese momento para seguir avanzando en la vida. Pensaba, meditaba, sopesaba mis opciones, imaginaba lo mejor y después me acordaba que lo peor también podía suceder. Algo así como: Sigo viajando. Pero ¿y si me quedo sola por el resto de las eternidades y tengo que bancar todos los gastos de una casa yo sola for ever and ever? Mejor empiezo a invertir en una vivienda. Voy a tener que renunciar a los viajes por un tiempo, porque por más genial que sea la relación con mis padres, todo tiene un límite, quiero vivir sola. Mmmmjjj. No, soy joven todavía. Tengo tiempo. Además empezar a comprar algo en La Plata, me va a atar a este lugar, y no quiero atarme a ningún lado todavía. Pucha. Me compro un auto, viajo por Argentina y otros lugares no muy lejanos, tengo más libertad, ahorro tiempo en algunas ocasiones y además me lo merezco. Pero la verdad es que no es como que realmente lo necesite. Además, si me compro auto, es un gasto importante extra todos los meses, lo cual implica menos viajes grandes, menos posibilidades de invertir en un inmueble, menos libertades en otros sentidos. Bueno, mejor espero y mientras tanto sigo ahorrando...

Y así pasaban mis días. Agotador. Aunque no se trate de problemas ni de asuntos de vida o muerte, a uno le quita energías eso de no saber hacia dónde debería dirigir sus esfuerzos. Lo de los ahorros es sólo un ejemplo.

Lo importante es no dejarse abrumar por la situación, ser felices igual y seguir disfrutando de la vida hasta que vuelvan las épocas de certezas que tanto buscamos y esperamos. Eso es lo que aprendí de esta entrada, colmada de oscuros destellos de certera sabiduría infantil.

Y dice así:

Transcripción sic.:
Hola: 
Hoy no se si decir Hola! u Hola, entonces dije Hola por las dudas. Bueno como dije no es un día: bueno ni tampoco malo. Es un día mitad y mitad, bueno y malo. Como todos los días tuve una pelea con Esteban. En realidad, no se si mamá y papá están enojados con nosotros o no. Pero creo que un poquito si. Igual estoy muy feliz. Por otro lado estoy un poquito no mucho, como les decía triste. Sabes por que? porque porque dentro de 5 meses nos vamos a Uruguay porque terminamos lo Misión Argentina Rosario. 
Bueno te tengo que dejar. 
CHAU


Día complicado aquel 19 de febrero de hace 20 años (whaaat???). Me hace pensar en este poema de Benedetti:




                                                                                               
Viceversa


Tengo miedo de verte 

necesidad de verte 
esperanza de verte 
desazones de verte 

tengo ganas de hallarte 
preocupación de hallarte 
certidumbre de hallarte 
pobres dudas de hallarte 

tengo urgencia de oírte 
alegría de oírte 
buena suerte de oírte 
y temores de oírte 

o sea 
resumiendo 
estoy jodido 
y radiante 
quizá más lo primero 
que lo segundo 
y también 
viceversa.

lunes, 6 de mayo de 2013

La culpa la tiene Andrea Del Boca

Hace ya un par de meses empecé a desayunarme amargamente de que mi cabeza ha dado en ser el esquivo receptáculo de algunos cabellos emblanquecidos. (Repudio el término “canas”.) He estado tratando de encontrar la inexplicable causa de tan funesta realidad, pero todavía no logro dar con ella. Buscando respuestas, se me han ocurrido algunas posibilidades.

Se me ocurre que podría ser culpa de la genética, pero esta posible causa me deja deshauciada. Si la genética está en medio de todo esto, en cinco años me quedo pelada. 


Sigo pensando y no me conformo con que los cabellos platinados se deban a mis escasos 29 años de tránsito por esta vida. 29 es número de ñoquis, número impar, número primo, pero me niego a que sea número sinónimo de canas. No es justo. 


También se me ha cruzado la idea de que quizá esté pasando mucho tiempo en el templo y que, como consecuencia de eso, esté lentamente convirtiéndome en un ser celestial. Esto también me preocupa: no estoy psicológicamente preparada para que el espejo me devuelva la imagen de una Berenice con cabello celestial. Me quedo con mi cabello telestial. Thank you very much. 

Sea como sea, esta preocupación excesiva por el inminente blanqueamiento de mi morocha peluca, me llevó a querer contrarrestar esta realidad con la lectura de mi primer diario personal de la niñez. Por ahí, quién te dice, el pelo está tan cerca del cerebro que capaz que, si revivo los recuerdos de la niñez, el cerebro le manda algún mensaje claro y directo a mi cuero cabelludo, y éste, habiéndose puesto el poncho y habiéndole quedado, deja de producir cabelios faltos de pigmento.





La cuestión es que me puse a leer mi primer diario personal, regalo que recibí para mi octavo cumpleaños. Me lo regaló una misionera: la hermana Graneros, el día de mi cumpleaños, después de mi bautismo. En esa época vivíamos en Rosario (Provincia de Santa Fe, Argentina). A pesar de que cualquiera podría leerlo de tapa a tapa en menos de una hora, este diario es uno de mis recuerdos y registros más preciados. Leyéndolo tantos años después, percibo la sinceridad característica de los niños. Me encanta leerlo porque vuelvo a sentirme de ocho años, porque revivo momentos hermosos, vuelvo a recorrer la vida cotidiana de una personita con poca experiencia, experimento de nuevo tantos sentimientos: algunos muy básicos, otros demasiado rebuscados. 





Leyendo el diario, recordé que, en algún momento entre los siete y los ocho años, adquirí en forma autodidacta la costumbre de mirar novelas... a escondidas. A mi madre no le gustaba que yo mirara novelas, así que no me dejaba hacerlo, pero evidentemente encontraba la manera de prender la tele sin que se diera cuenta. Miré tantas de chiquita que ahora de grande no las soporto mucho, cosa que jamás hubiera imaginado, not even in my wildest dreams, sobre todo por la adoración que me provocaba Andrea Del Boca. Por ATC, miré la retransmisión de Andrea Celeste y me sentí identificada con ella (seguramente haya sido por su larga cabellera rubia y ojos celestes); después también vi Celeste, siempre celeste, Antonella, y vaya uno a saber cuáles otras. La culpa la tenían mis padres, por supuesto. Si ellos hubieran accedido a poner cable, yo me hubiera dedicado a mirar la programación de The Big Channel, como le correspondía a un ser humano de mi edad; pero no, se negaron y con eso me obligaron a mirar “cosas de grandes”.


Asumo que tanta ficción telenovelesca fue especialmente perniciosa para mi tierno espíritu, porque el domingo 2 de febrero de 1991 (a los ocho años y medio) la realidad que me aplastaba me llevó a escribir esto: 

Transcripción sic.: Hoy el día me parecio un poco feo. Porque yo pienso que no soy de la familia y que que me compraron me sacaron de un un un Acilo y que yo soy huerfana. Yo por más que me digan que yo soy de la familia me pongo triste y pienso que mis padres verdaderos no me aseptaron cómo su hija y que me dejaron pero yo pienso que me tengo que olvidar de todo y saber que mis padres verdaderos son los que tengo ahora y los que tuve siempre y yo espero que los mis padres verdaderos sean ellos porque yo los quiero tanto que no se como explicarlo. Bueno si yo sigo esc escribiendo me pongo peri peor porque me di cue cuenta de que ellos son mis padres verdaderos y no puedo explicar cuanto los quiero y los adoro y los admiro. Bere.
Claramente los ocho me habían pegaron con todo. Esta entrada en el diario fue una especie de mezcla entre culebrón de la tarde con el salmo de Nefi: como que al principio estoy a punto de rasgarme las vestiduras, hasta que logro ver la luz y llego al final feliz. 

Sea como sea, aunque no sé si esto de revivir la niñez evitará el avance del enemigo en mi cabellera, por lo pronto voy a seguir probando. Seguramente esta semana estaré compartiendo algún que otro hallazgo de sabiduría pueril. Trataré de que lo que comparta sea menos dramático que el capítulo de hoy. Ya veremos...