Se me ocurre que podría ser culpa de la genética, pero esta posible causa me deja deshauciada. Si la genética está en medio de todo esto, en cinco años me quedo pelada.
Sigo pensando y no me conformo con que los cabellos platinados se deban a mis escasos 29 años de tránsito por esta vida. 29 es número de ñoquis, número impar, número primo, pero me niego a que sea número sinónimo de canas. No es justo.
También se me ha cruzado la idea de que quizá esté pasando mucho tiempo en el templo y que, como consecuencia de eso, esté lentamente convirtiéndome en un ser celestial. Esto también me preocupa: no estoy psicológicamente preparada para que el espejo me devuelva la imagen de una Berenice con cabello celestial. Me quedo con mi cabello telestial. Thank you very much.
Sea como sea, esta preocupación excesiva por el inminente blanqueamiento de mi morocha peluca, me llevó a querer contrarrestar esta realidad con la lectura de mi primer diario personal de la niñez. Por ahí, quién te dice, el pelo está tan cerca del cerebro que capaz que, si revivo los recuerdos de la niñez, el cerebro le manda algún mensaje claro y directo a mi cuero cabelludo, y éste, habiéndose puesto el poncho y habiéndole quedado, deja de producir cabelios faltos de pigmento.

La cuestión es que me puse a leer mi primer diario personal, regalo que recibí para mi octavo cumpleaños. Me lo regaló una misionera: la hermana Graneros, el día de mi cumpleaños, después de mi bautismo. En esa época vivíamos en Rosario (Provincia de Santa Fe, Argentina). A pesar de que cualquiera podría leerlo de tapa a tapa en menos de una hora, este diario es uno de mis recuerdos y registros más preciados. Leyéndolo tantos años después, percibo la sinceridad característica de los niños. Me encanta leerlo porque vuelvo a sentirme de ocho años, porque revivo momentos hermosos, vuelvo a recorrer la vida cotidiana de una personita con poca experiencia, experimento de nuevo tantos sentimientos: algunos muy básicos, otros demasiado rebuscados.

Asumo que tanta ficción telenovelesca fue especialmente perniciosa para mi tierno espíritu, porque el domingo 2 de febrero de 1991 (a los ocho años y medio) la realidad que me aplastaba me llevó a escribir esto:
Claramente los ocho me habían pegaron con todo. Esta entrada en el diario fue una especie de mezcla entre culebrón de la tarde con el salmo de Nefi: como que al principio estoy a punto de rasgarme las vestiduras, hasta que logro ver la luz y llego al final feliz.
Sea como sea, aunque no sé si esto de revivir la niñez evitará el avance del enemigo en mi cabellera, por lo pronto voy a seguir probando. Seguramente esta semana estaré compartiendo algún que otro hallazgo de sabiduría pueril. Trataré de que lo que comparta sea menos dramático que el capítulo de hoy. Ya veremos...
bueno Bere, no te sientas tan mal. A vos te pegaba Andrea del boca, a mí "Grande pá" (siempre me imaginé un amigo invisible para el resto) ja!ja!ja!
ResponderEliminarDear Anónimo (que estoy segura que es "Anónima"): Grande Pá, ¡qué tiempos aquellos! Me acuerdo que lo mirábamos en familia. Igual que Betti la fea. ¡Ja! ¡Posta! Hasta mi padre las miraba. :)
Eliminarjajajajajajajajajajajjajajajajajajajajajajajajajajajajjajajajajajajajajajajajajaja... Madre Santa!!
ResponderEliminarAnónima Michelle Antonia, ponete nombrecito, querida.
Eliminarahhh nooooooooooooooo!!!!!!!!!! pero a vos no te hacía falta ver ninguna novela, tenias la propia en tu cabeza jajajajajajajaja, no te explico lo que nos hemos reído con lo que escribiste en ese diario. Digo "nos" porque se lo leí a mi mamá y nos matábamos de la risa...principalemente porque yo me ví todas las novelas de Andrea del Boca!!!!!!!!!!!!! jajajajaja y también Grande Pa! qué tiempos aquellos :) parece tan lejano, pero no fue hace tanto no??? Me acuerdo que lo daban los viernes... y si nos habiamos portado bien en la escuela y en el club durante la semana, de premio ibamos a Pumper Nick a almorzar (el McDonalds de aquel entonces) y a la noche a las 10 pm veíamos grande pa en la cama de mi mamá todos juntos :) Gracias por trasladarme a la infancia pr un momento!
ResponderEliminar¡Qué recuerdos geniales! Lamento no haber conocido Pumper Nick... En Rosario creo que no había (es eso o bien podría ser que mis padres lo hubieran escondido de nosotros), y en Montevideo segurísimo que no había. Grande Pá, te prometo que lo volvería a ver... Bah, capaz, no estoy segura. Jajaja. ¡Gracias por leer y compartir recuerdos! ¡Te quiero, Ceci!!!
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