
Una vez más, inspirada por escritos de la infancia, aquí me pongo a escribir, al compás de mis ideas. Acabo de leer una entrada del 19 de febrero de 1993, cuando tenía ya nueve años y medio. Al parecer, al encontrarme en la mitad exacta de mi trayecto entre los nueve y los diez años, no sabía bien dónde ubicarme: ¿más cerca de los nueve o más cerca de los diez? El día que incluya un índice alfabético al final de este diario con los temas que traté a lo largo de él, sin duda voy a incluir la palabra indecisión (speaking of paradojas) y la entrada de aquel 19 de febrero va a aparecer ahí.
Para ir entrando en tema, y a modo de justificación de ese día poco asertivo de mi vida, todos pasamos por días o épocas de dudas, días en que no logramos “make up our minds” para tomar decisiones definitivas.
Recuerdo que 2010 (creo) fue un año particularmente dubitativo durante varios meses. ¡Qué manera de sufrir, madre santa! Me acuerdo que pasé un tiempo considerable debatiéndome entre los diferentes destinos que podía darle a mis ahorros. A mis casi veintisiete o veintisiete recién cumplidos, había muchas cosas de mi futuro que eran totalmente inciertas, y eso me estresaba. En general siempre necesito hacer planes, aunque después no los lleve todos a cabo; si no los tengo, siento que voy donde me lleve el viento y que la vida pasa en vano. Los planes me ayudan a sentir seguridad y le dan propósito a mis días. La cuestión es que aquellos meses me faltaba esa seguridad, básicamente porque no sabía para qué lado agarrar.
Saber qué hacer con mis ahorros me parecía crucial en ese momento para seguir avanzando en la vida. Pensaba, meditaba, sopesaba mis opciones, imaginaba lo mejor y después me acordaba que lo peor también podía suceder. Algo así como: Sigo viajando. Pero ¿y si me quedo sola por el resto de las eternidades y tengo que bancar todos los gastos de una casa yo sola for ever and ever? Mejor empiezo a invertir en una vivienda. Voy a tener que renunciar a los viajes por un tiempo, porque por más genial que sea la relación con mis padres, todo tiene un límite, quiero vivir sola. Mmmmjjj. No, soy joven todavía. Tengo tiempo. Además empezar a comprar algo en La Plata, me va a atar a este lugar, y no quiero atarme a ningún lado todavía. Pucha. Me compro un auto, viajo por Argentina y otros lugares no muy lejanos, tengo más libertad, ahorro tiempo en algunas ocasiones y además me lo merezco. Pero la verdad es que no es como que realmente lo necesite. Además, si me compro auto, es un gasto importante extra todos los meses, lo cual implica menos viajes grandes, menos posibilidades de invertir en un inmueble, menos libertades en otros sentidos. Bueno, mejor espero y mientras tanto sigo ahorrando...
Y así pasaban mis días. Agotador. Aunque no se trate de problemas ni de asuntos de vida o muerte, a uno le quita energías eso de no saber hacia dónde debería dirigir sus esfuerzos. Lo de los ahorros es sólo un ejemplo.
Lo importante es no dejarse abrumar por la situación, ser felices igual y seguir disfrutando de la vida hasta que vuelvan las épocas de certezas que tanto buscamos y esperamos. Eso es lo que aprendí de esta entrada, colmada de oscuros destellos de certera sabiduría infantil.
Y dice así: